Autenticidad: El negocio de ser uno mismo ante los demás.
- athing mkt
- 13 abr
- 7 Min. de lectura
La "autenticidad" se ha convertido en uno de los productos más vendidos en la actualidad. Nos han enseñado que ser uno mismo es la forma más pura de existir, porque, al fin y al cabo, no necesitamos ajustarnos a las expectativas de los demás. Creemos que al elegir lo que nos gusta, estamos siendo auténticos y libres, alcanzando un confort profundo. Pero, ¿qué sucede cuando esa sensación de libertad no es más que una ilusión, cuidadosamente diseñada para mantenernos enganchados? ¿Qué pasa cuando lo que creemos que nos define es, en realidad, utilizado como una herramienta para vendernos más, manipulando nuestra necesidad de pertenecer? Así, la autenticidad se convierte en un producto más, empaquetado y diseñado para conectar con nuestras emociones, sin que nos demos cuenta de que esa conexión es todo menos genuina.
Cuando hablamos de autenticidad, rápidamente pensamos en sinónimos como certeza, verdad, legitimidad y realidad. Pero, ¿de dónde proviene esa “verdad”? ¿Es realmente nuestra verdad, o es simplemente lo que otros nos dicen que debe ser la verdad sobre quiénes somos? Es una verdad presentada como la única opción para entendernos a través de emociones y sentimientos. En paralelo, el concepto de producto nos remite a algo que es el resultado o creación de algo, pero en un contexto comercial, el producto es una opción repetible, diseñada para satisfacer una necesidad o deseo a través del consumo. Así, la autenticidad se transforma en un producto más, cuyo propósito es satisfacer un deseo: el de pertenecer.
Para entender mejor la relación entre autenticidad y producto, podríamos definirla así: la autenticidad se convierte en “una verdad empaquetada como resultado, diseñada para satisfacer una necesidad o deseo a través de un bien o servicio”. Es decir, ya no se trata de quién eres, sino de cómo ese “quién eres” puede ser traducido en una oferta de mercado. Lo auténtico deja de ser un proceso interno para convertirse en un formato vendible.
Y es en este momento, cuando nuestras carencias personales nos llevan a buscar consuelo en bienes materiales, que caemos en una trampa. Estos bienes, que no deberían ser un fin en sí mismos, se presentan como medios para alcanzar algo más grande. Sin embargo, ese medio se ha convertido en un fin por sí mismo, y lo que es peor, nos ha hecho olvidar que el verdadero fin está siempre distante. Hoy, profundizaremos en este fenómeno y exploraremos cómo la búsqueda de autenticidad, manipulada por el mercado, nos desvía de lo que realmente importa...
Comenzaremos diciendo que, en la actualidad, se ha vuelto más fácil definirnos a nosotros mismos a través de etiquetas superficiales. Mi autenticidad es: mostrarme “transparente” en mis posts de Instagram, expresar mis deseos materializados con una bolsa de Coach, o sentirme empoderado porque compré el curso de cierto influencer… o claro, porque “ya se factura”. Entonces, aparentemente, eso soy yo.
Sabemos en qué grupo encajamos según características visibles, modas, e incluso formas de pensar. Nos resulta más sencillo conectar con productos, comunidades y discursos que se alineen con esos gustos y con personas que los comparten. Así, nos mostramos “auténticos”. Sin embargo, el problema es que el gusto ya no es tanto una expresión personal de lo que amamos, sino un conjunto de objetos que nos representan, y sobre todo, comportamientos que nos validan. No estamos comunicando lo que realmente nos apasiona, sino que terminamos definiéndonos por lo que consumimos y aparentamos. Y solo eso. Estamos limitados. Ahí nos estancamos: en lo material, no en el sentido.
Y no olvidemos que la humanidad sigue haciéndose preguntas como: ¿realmente pertenezco aquí?, o incluso, ¿este es el lugar donde debería estar? Aquí es donde entra el mercado. Esas preguntas, que deberían ser existenciales, son convertidas en anzuelos. Muchos prometen espacios donde puedes “ser tú mismo”, donde reina la libertad, la diversidad y la autenticidad. Pero lo único que cambia es el vestuario. Puedes elegir entre distintas máscaras, pero no quitártela por completo. Solo cambias de grupo.
¿Y de dónde sale esa información que determina quién eres? Muy sencillo: de los medios digitales, los algoritmos, las tendencias. Temas que, si no te atraviesan, se tienen que convertir en carencias materiales. Y entonces el mensaje es claro: si no puedes consumirlo, al menos deséalo.
La autenticidad se vuelve condicional: puedes expresarte… siempre y cuando sigas las reglas del lugar, aunque vayan en contra de ti. Y entonces volvemos al inicio: ¿somos libres de ser, o solo libres de elegir dentro de un menú limitado?
Esa limitación deja en evidencia que la promesa de “ser tú mismo” es, en muchos casos, una farsa bien disfrazada. Una paradoja construida con materiales permitidos por unos y ejecutada por otros. Se nos dice que somos únicos, pero lo somos dentro de lo que el mercado considera “aceptable”. Porque el “ser uno mismo” no parte, en realidad, de un yo único e incomparable. Esa supuesta individualidad está profundamente condicionada por normas, expectativas y validaciones externas… y, especialmente, por las marcas.
El yo se moldea en función de lo que los demás aprueban, celebran o permiten. Así, la autenticidad se vuelve una construcción colectiva, un guión social... más que una expresión genuina del interior.
Y cuando el algoritmo toma esos guiones, nuestras decisiones comienzan a parecerse a catálogos. Lo que creemos que nos representa, es solo lo que más nos vendieron.
Cabe mencionar que tampoco se puede ser meramente auténtico en todo el sentido de la palabra. Vivimos rodeados de elementos que condicionan nuestro actuar; incluso nuestra propia naturaleza nos lleva a pensar y a ser de ciertas maneras. Pero muchas veces eso se queda solo en réplica. Hacemos, decimos, escuchamos todo el tiempo, pero muy pocas veces digerimos en dónde estamos realmente. Y bueno… pedirte que seas AUTÉNTICO, así en mayúsculas, también puede convertirse en una obsesión. Y eso no es lo que busco aquí.
Entonces, ¿realmente somos auténticos?
Nos han dicho una y otra vez que la autenticidad es clave: ser uno mismo, ser genuino. En un mundo donde las máscaras abundan, la autenticidad se ha vuelto una virtud. Pero, cuando nos detenemos a pensar, descubrimos que no solo las marcas han aprendido a vendernos esa autenticidad, sino que también la sociedad misma nos lo exige, como una respuesta automática, e incluso como parte de un miedo social, me atrevería a decir, ante lo que consumimos o seguimos. ¿De verdad somos auténticos si esa autenticidad está limitada por lo que otros nos dictan?
Vivimos en un mundo que nos ofrece respuestas rápidas y fáciles: si compras el producto correcto, sigues al influencer adecuado o adoptas la última moda, entonces has alcanzado la autenticidad. Pero, ¿qué pasa cuando esa autenticidad no es más que una respuesta condicionada? Nos han enseñado a reaccionar a los estímulos más simples y visibles: lo que vemos, lo que nos muestran, lo que nos venden. En lugar de observar con la mente, solo miramos con los ojos, atrapados en la inmediatez de lo que está frente a nosotros.
Las marcas nos venden más que productos y las sociedades son ejemplos de cómo deberíamos usarlos; nos venden la idea de ser auténticos a través de un menú limitado de opciones. Pero lo peor es que la sociedad también nos ha acostumbrado a reaccionar a esa oferta sin cuestionarla. Nos dicen que ser tú mismo es fácil, solo tienes que consumir lo correcto, y con ello, serás parte de algo más grande, de algo "auténtico". Pero, en realidad, ¿es eso lo que significa ser auténtico? ¿Es ser auténtico lo que los demás quieren que seas, o lo que realmente eres, más allá de las etiquetas y expectativas impuestas?
En esta constante búsqueda de pertenencia, caemos en el error de pensar que la autenticidad se encuentra en lo que seguimos, en lo que consumimos, y nos olvidamos de lo que realmente somos. Y es aquí donde la paradoja se presenta: somos constantemente empujados a ser "auténticos" dentro de unos márgenes establecidos, pero ¿y si ser auténticos no es seguir lo que nos dicen, sino liberarnos de esos márgenes y decidir por nosotros mismos?
Es entonces donde volvemos ah hacer énfasis con lo que constantemente nos encontramos, lo que vemos, oímos, sentimos, pero de verdad lo comprendemos? Esa parte de conciencia es lo que podría decir que se inicia dicha parte de la verdadera AUTENTICIDAD.
¿Se puede ser auténtico?
Si bien podríamos decir que aquello que nos hace ser nosotros no es completamente nuestro, sí forma parte de lo que nos llama la atención y de lo que nos conecta con otros. Es decir, no somos una isla. Somos humanos, y en esa humanidad buscamos pertenecer, interactuar, ser validados… y en ese proceso, se va moldeando eso que llamamos yo.
Pero entonces, ¿ser auténtico se trata de inventar algo desde cero? No. Se trata más bien de ser conscientes de lo que nos gusta, de lo que nos mueve. Y solo con esa consciencia, tan simple y tan compleja, podríamos empezar a preguntarnos: ¿por qué?
Ese por qué no busca que cambies todo ni que renuncies a tus gustos. Más bien, te invita a profundizar. A detenerte. A mirar lo que te atrae con otros ojos. Y quizás, en ese acto de detenerte con otros, de compartirte sin máscaras forzadas, puedas volver a sentir que perteneces… pero desde otro lugar.
Entonces, si de verdad te interesa comprender tu autenticidad, podrías comenzar con estas preguntas:
¿Qué me atrae?
¿Por qué me gusta?
¿Para qué lo consumo o lo comparto?
¿Cómo se relaciona esto con lo que soy?
Porque a veces no se trata de encontrar respuestas definitivas, sino de aprender a convivir con preguntas más sinceras.
Para terminar, creo que la autenticidad no es algo que se impone ni algo que se compra. Para mí, empieza cuando actuamos desde quienes somos, no desde lo que se espera de nosotros. Cuando nos damos cuenta de que algo no lo estamos haciendo por gusto, sino por miedo. Cuando esa incomodidad aparece —esa duda de “¿esto realmente soy yo o es lo que los otros quieren ver?”—, ahí empieza la verdadera búsqueda. Y esa búsqueda no es lineal, ni perfecta, ni permanente… pero sí puede volverse más consciente.
Ser auténtico no es encerrarse en una identidad, sino darse permiso de descubrir(se) distinto sin perder lo que nos mueve. Porque si hasta la autenticidad puede volverse un producto, entonces, ¿qué nos queda para no perdernos en lo que otros deciden que somos? Tal vez se trate de algo más simple, pero también más difícil: no buscar llegar a ser alguien, sino aprender a caminar más despiertos con lo que elegimos cada día.
¿Y si la autenticidad no fuera un destino, sino una forma de caminar más despiertos por lo que elegimos cada día?
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